Hay fechas que se quedan grabadas en nuestros
corazones y que nos acompañan para el resto de nuestros días. Las sensaciones
que uno llega a sentir o a percibir, alcanzan tal naturaleza que convierten
esos momentos irrepetibles en pasajes que permanecen firmes en la memoria y que
se hacen presentes cada día para recordarnos quiénes somos, de dónde venimos y
por qué un día, una tarde, rodeado de hermanos y gente querida, uno adquiere lo
que para alguno puede ser una “marca o una moda”, mientras que para mí es parte
indispensable en mi proyecto personal de vida.
Cuando te arrodillas ante los Textos Sagrados
y juras cumplir las Reglas de la Hermandad de la Macarena, no es un ritual
estatutario el que se lleva a cabo. ¡Todos nacemos macarenos! Habrá quien piense
que ésta es una afirmación gratuita propia del fanatismo religioso o devocional
que a muchos se nos asigna. Pero nada más lejos de la realidad. Por María, por
Nuestra Esperanza, por su intercesión infinita, vamos al encuentro de Su Hijo,
el Salvador, que tras ser Sentenciado a muerte, resucitó por todos y cada uno
de nosotros. Y junto a Él, nuestro corazón se va tiñendo día a día de ese verde
único, de un verde Esperanza, que sólo los que hemos escuchado su llamada,
somos capaces de poner en valor el carisma macareno. Tras la dulce y
misericordiosa mirada de Nuestro Padre Jesús de la Sentencia, están los ojos de
la Madre, que desde su Camarín de Gloria está atenta a todas y cada una de las
peticiones, de las jaculatorias y oraciones que le hacemos a su Hijo. Las bodas
de Cana de Galilea están presentes cada día para Nuestra Esperanza, quien desde
su admirable condición de humildad y discreción, y con el único protagonismo
que el de ser la Madre de Dios, nos entrega su Amor sin condiciones.
De este modo, este macareno llega a alcanzar
la felicidad por medio de la fe, de la devoción, del cariño y del compromiso
por y para unos Sagrados Titulares y para una hermandad que me invita a la
oración, a la caridad, a la evangelización… Y que una vez al año, en la noche
más maravillosa para los cristianos, quien tiene el honor de escribir este
post, se siente el ser más privilegiado del mundo.
Nuevamente es Ella la que se ofrece. Ella te
elige, te llama, te pide… pero no cómo lo hacemos nosotros cuando tenemos un
problema, o cuando el dolor hace mella en nuestro corazón. No, las llamadas de
la Macarena son siempre dones, concesiones y, por qué no decirlo, milagros.
¿Verdad mi querida Claudia?
Y así, por obra y gracia de Nuestra María
Santísima de la Esperanza Macarena, me convertí en “sus pies” tras seis o siete
años desplazándome a Sevilla para hacerme con un hueco en la mejor cuadrilla de
costaleros de la Semana Santa hispalense. Año tras año constataba las
dificultades que entrañaba tal propósito y año tras año regresaba sin que mí
ansiado deseo se viera cumplido. Pero siempre me quedaba la satisfacción de
compartir unas cuantas horas con mis hermanos macarenos y la certeza de que
cuando Ella quisiera habría un sitio esperándome. Y un día tuve la fortuna de
encontrarme entre los elegidos para
optar a la única vacante producida, la cual era pasaporte para escuchar el
golpe del llamador del dragón herido que cada Madrugada de Viernes Santo golpea
Antonio Santiago cuando llama a sus costaleros del palio de la más Grande, la
más Hermosa, la Reina de las Reinas, la Madre de Dios,… la Esperanza, Nuestra
Esperanza Macarena.
Junto con otros siete hermanos acudí la noche
del viernes 20 de Febrero de 2009 al primer ensayo de los establecidos tanto
para el paso de misterio como para el palio. Ensayo que venía precedido por la “igualá” que determinase
quien de los citados siete sería el elegido, el “ungido” con las yemas del
capataz, para completar la cuadrilla. Y Ella convirtió su Esperanza, mi
Esperanza, en la realidad más difícil de narrar, de contar, de describir. Siempre
me habían dicho: “Si Ella quiere, serás su costalero”. Y quiso. La voz de
Antonio Santiago diciendo: “y en cuarta entra…”, provocó que los ojos del resto
de los costaleros y de los allí congregados se clavaran en mi, dándome
testimonio de que efectivamente, pese a mi incredulidad, estaba dentro.
Para un cofrade, para un macareno, para
alguien que siente y vive la afición al mundo del costal como algo
intrínsecamente ligada a mi persona, la Madrugada del Viernes Santo comienza un
mes antes con los ensayos, en los cuales debes estar por y para la hermandad,
para la cuadrilla y, especialmente, para Ella. Cada uno de los cuatro ensayos
desembocan en ese momento en el que el listero te hace entrega del “trabajo” y junto a tus compañeros te pones a los pies de
tus Sagrados Titulares para agradecerles todo lo que cada día hacen por ti, por
tu gente, por tu vida. Y también, justo es decirlo y reconocerlo, para hacer un
ejercicio de humildad y de reconocimiento de que uno no siempre está a la altura
de lo que Ellos requieren de mí.
Que cada madrugada es
única y diferente, es algo que no voy a descubrir yo. Realizar la Estación de
Penitencia con Nuestros Titulares es algo que muchos esperamos a lo largo de
todo el año. Pero, desde unos cuantos para acá, existe en mi vida otra
madrugada tan especial o incluso más, que la vivida en la Semana Santa.
Dentro de pocos días
bajará de su camarín para ser honrada y venerada por miles de devotos y devotas
de todas las partes de Sevilla, de España e incluso del mundo. Es visita
obligada a Sevilla para mí, pues las fechas próximas a la Navidad tienen un
significado concreto. Amén de residir unos días junto a mis hermanas y hermanos
macarenos, de pasear por las plazas y calles hispalenses, de contemplar los
belenes que hermandades y asociaciones montan con admirable esmero,… hay algo
que está marcado en rojo en mi almanaque particular: pasar una noche en Vigilia
con la Santísima Virgen de la Esperanza Macarena.
Cuando apenas se han cerrado las puertas de la Basílica, el 17 de diciembre, víspera de su festividad;
cuando el silencio se adueña del barrio macareno; cuando la oscuridad se impone
a lo largo y ancho de sus calles,… un rayo de luz, cual estrella de Belén,
brilla con luz propia desde el interior del templo. Ella está allí, Ella es la
que nos espera.
Su rostro revela el cansancio de toda una jornada, pues cientos de devotos
se han postrado a sus pies, han besado sus manos, le han implorado y suplicado,
han llorado ante su presencia. Y Ella ha escuchado todas y cada una de las peticiones
que le hemos hecho, ofreciéndonos su aliento de Esperanza con la fidelidad que una
madre hace con sus hijos.
Sentados en torno a
Ella, dirigimos nuestra mirada a sus ojos, pues cuando la Esperanza nos habla,
es imposible retirar la vista de su rostro moreno. Y nuestro corazón se ablanda
como si la suavidad de sus manos lo estuviesen acariciando; nos sentimos
abrigados y protegidos bajo el cobijo de su manto y así, recogidos en su
regazo, rezamos el Santo Rosario con una solemnidad inédita. Y todo ello en
presencia del Hijo, quien atento desde
la penumbra de su capilla, contempla Sentenciado como por Ella nos acercamos a Su
Palabra. ¡Y es que es tan grande su bondad y su misericordia, que no le importa
cederle su lugar por unos instantes!
La otra Madrugada, la
que estás deseoso de iniciar y que te resignas a que concluya a pesar del
cansancio, no es tan fácil de narrar. Es un sinfín de sentimientos que se
acumulan a lo largo de las 12 o 14 horas de procesión y que pasan meses hasta
que por fin soy capaz de ordenarlos en mi mente. Como costalero hay que salir a
darlo todo, sabiendo compaginar el esfuerzo físico con el mental. No caben
escusas, no vale arrugarse, hay que ir y estar con los cinco sentidos, sin
dejarte llevar por las emociones – a veces cuesta y mucho – y teniendo siempre
muy presente que la auténtica y verdadera protagonista es Ella.
Como cristiano, como
cofrade, como macareno, son horas en las que prácticamente acaricio el cielo.
Las calles están repletas de ángeles que la contemplan con la devoción que Ella
solo merece. Desde el interior del paso llegan todos y cada uno de los sonidos
que la madrugada del Viernes Santo nos ofrece. Sonidos que proceden de esos
corazones que anhelan Esperanza, que ofrecen gratitud, que derraman lágrimas de
dolor o felicidad… Sonidos del rachear de las zapatillas de unos costaleros que
me protegen, que me miman, que me alivian y me animan. Sonidos de esas madres
benditas, de mis Hermanitas de las Cruz, que no sé si rezan cantando o cantan
rezando, pero que son capaces de traerme al presente a todos y cada uno de mis
seres queridos que ya están junto a Ella en esa “otra carrera oficial” que a
todos nos aguarda. Sonidos, en definitiva, que acompañan a este costalero hasta
que entra el día… y de nuevo llegas a su barrio, donde sus vecinos se echan a
la calle para recibirla en honor de multitudes, donde uno se siente abrumado
por tantas y tan entrañables palabras y muestras de cariño. Pronto el palio
cruzará el arco y a los sones del Carmen de Salteras, entonaremos su himno
hasta traspasar la cancela que nos habrá de llevar a ese altar desde el que el
Señor se convierte en alimento para nuestras almas en cada eucaristía.
Concluyo dando las
gracias a “El Sentir Cofrade”, blog que
me acoge y me da la oportunidad de expresar mis sentimientos de Esperanza, y de
un modo especial a la persona de José Antonio Rodríguez. Un abrazo macareno y
mucha Esperanza para todos.
Si a Sevilla he de
volver,
desde esta Castilla
austera
que sea para agradecer
lo que por mi haces, Macarena
Ángel Hérnandez Torres es un salmantino hermano y costalero de la Esperanza Macarena,agradezco que desde el primer minuto acogió con ilusión la participación en una sección de este humilde blog cofrade.
Así mismo Angel tiene un blog sobre sus vivencias Macarenas,la foto de la Esperanza Macarena es también suya.El Blog de Ángel es: