Llegaron tres
pícaros a un pueblo durante las fiestas de Carnaval, ninguno de los tres se
conocía pero fueron a dar en un mismo
lugar.
El primero de
ello se hacía pasar por ciego, como el del Lazarillo, más bien lejos de la
realidad no era ciego y las bolsas llenas muy bien veía. Se ponía en las
puertas de las Iglesias a sus lamentos narrar y tras pasar por Dos conventos
llegó a la Catedral.
El segundo Miles
Gloriosus de mil batallas inventadas, ficticias heridas narraba mientras a las
mujeres pena daba.
El tercero más
lisonjero se hacía pasar por limosnero, de muy lejos venía aquel fraile que
nadie conocía.
Fue terminar el
Carnaval, llegar la Cuaresma, que gran oportunidad que es en ese tiempo cuando
hay más caridad. Como la misa grande se celebraba en la Catedral allí los tres
acudieron sin saber como la cosa iba a acabar.
Al llegar el
limosnero vio allí al tullido y al ciego y como bula del obispo tenía, al ser
día de ayuno y por ser como dice el evangelio que no se sea, ofreció limosna a
los otros dos para que todo el mundo lo viera y les hizo confesar para tras la
misa siendo día de ayuno invitarlos a almorzar.
Al llegar la
Confesión los dos primeros cantaron, el falso ciego un error cometía al pedirle de la bolsa más pecunia y
alegría.
Se dio cuenta el
falso fraile y llamó al segundo fanfarrón, el soldado de mil batallas que en ninguna
participo, mando de mientras penitencia al primero que como arrepentimiento
rezará un par de credos y a su bolsa devolviera el dinero.
El supuesto
fraile listo al quitarse al primero a un verdadero soldado había por allí visto
y con toda la caradura del mundo fue a quitarse al segundo.
Allí en el
confesionario el Miles Gloriosus sus batallas narraba y allí nada callaba, lo
hizo sin prudencia y con muy poca inteligencia, pues a aquel fanfarrón justo a su lado un maestre de campo escuchaba con
poco agrado. Lo mando el pícaro de fraile disfrazado que ante el sagrario
rezara arrodillado.
Y justo cuando se
acercaba tanto al que se pasaba por ciego como al que se pasaba por soldado ,
el que por fraile se había pasado allí se puso a gritar que aquellos dos pillos
en el infierno tenían la eternidad que pasar.
Llamando la
atención un verdadero fraile lo reconoció, identificándolo como aquel que en un
camino lo había asaltado, llevándose el saquito para la Gloria de Santa María
recaudado.
Curioso fue el
caso que fue dentro del templo y aquellos tres apicarados se llamaron a Sagrado.
Se acercó el
Obispo y les puso una imposición que fueran al cercano monasterio pidiendo a
todos perdón .
Así lo hicieron por
todo la Villa y para esquivar la justicia terrenal los hábitos tomaron los tres
sin rechistar.
Y ahora todos los
años cuando llegan la Cuaresma allí los tres recuerdan que el tiempo de
Limosna, Oración y ayuno llega, para que el mundo sea mejor.
Texto Jara
Foto Jara
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