La noche de
Carnaval había terminado en la bella ciudad toledana, la música se apagaba y
las máscaras se iban quitando. El nuevo día iba llegando y las campanas de
Iglesias y Convento llamaban a la confesión y penitencia, la Cuaresma acababa
de iniciarse.
Había aún un
grupo de jóvenes Calaveras, que escoltados por sus máscaras decidieron visitar
un convento para cortejar a las monjas, aún a sabiendas que la pena era morir
en la hoguera, en fin y al cabo para ellos el Carnaval no había terminado y no
esperaban que hubiera problema alguna.
Entraron , sedujeron
a las novicias, la superiora percatada de que las mismas no habían acudido fue
en su búsqueda y tras ver lo que en su casa acontecía mandó a llamar mediante
un recado a los servidores del Santo Oficio.
Fue la comitiva
que llegaba para detener a los hombres que allí estuvieran al grito de “ téngase
al Santo Oficio¨ que solamente oírlo erizaba
la piel.
Huyeron todos de
allí con tal mala fortuna que uno de ellos erró la calle y bajando de repente y con un gran espanto
observó como lo que parecía un esqueleto se dirigía hacia él , sabía que iba a
morir bien a manos del Santo Oficio o bien ante aquella visión que iba en su
encuentro.
La buena fortuna
que la puerta de un monasterio se encontraba abierta, pues traían ramas de
olivos para que los monjes hicieran con ellas las cenizas que usarían en las
celebraciones de mediodía y tarde, se adentró en la misma y se refugió en el
claustro del monasterio, se sentó en uno de los bancos del mismo y de repente
la mano de un monje sobre su hombro le trajo un sobresalto que le produjo un
desmayo.
Despertó horas
después, con la noticia de que la Inquisición había capturado a una decena de
hombres que habían entrado en un convento de monjas, se habían delatados unos a
otros y solamente faltaba uno por aparecer, el Santo Oficio tenia ganas de
quemadero si bien al ser alguno gran hombre de la Ciudad se conformarían con
los azotes, si bien el que faltaba si sería condenado a la hoguera.
El superior del
monasterio expuso su opinión e invitó al joven a quedarse en aquel lugar y
seguir las reglas, cosa que aceptó.
Llegó la tarde se
confesó de sus pecados y al confesor le narró la visión de aquel hombre de
madera con el que se había topado teniéndolo por una imagen del mismo infierno,
nada más lejos de la realidad, el confesor le explicó que se trataba de un
nuevo artilugio del relojero real Juanelo Turriano, que estaba entretenido
probándolo.
Cayó el joven en
el error aunque con la penitencia destacó que aquel ser que subía por aquella
estrecha calle le había salvado la vida, se adentró en la Iglesia del
Monasterio y se puso a rezar para seguir con la penitencia de aquella recién comenzada
cuaresma.
Texto Jara
Foto Jara
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