La misa había
terminado en la Catedral de Sigüenza, la tarde de otoño era casi invernal,
mientras los Señores se dirigían hacía la fiesta que habría hasta el toque de
ánimas, los sacerdotes iban hacia sus residencias.Todos menos uno, que siempre
aprovechaba para escaquearse, aún había
claridad de tarde pero el cielo estaba nublado, pronto el alguacil y sus
corchetes irían encendiendo los candiles y se cerrarían las puertas de la villa,
pero mientras en el palacio se agasajaba la merienda del día de Todos los Santos
con baile incluido.
Aquel joven que
por circunstancias de la vida se vio forzado a buscar el pan en la vida sacerdotal
no cumplía ni una regla a las que estaban sometidos los jóvenes sacerdotes y
los que aspiraban a dirigir las Parroquias de la Zona. Más bien desde su sitio
de procedencia dónde tenía amistades en la parte alta de escalafón social había llegado aún con su falta de humildad.
Había tenido que salir por una pendencia y había tenido que huir millas y
acogerse a sagrado.
Pero la entrada
en la vida sacerdotal no había servido para nada, rondaba rejas de señoras
influyentes, buscaba ser confesor de las mismas, así mismo siempre estaba
cercano a los Conventos de la Villa. Al ser bien visto por la nobleza de la
zona esa noche acudía al palacio, para agasajar y ser agasajado.
Hartos de su
forma de actuar y con la ayuda de algunas personas influyentes, el deán de la
Catedral y el Obispo le habían preparado una pequeña triquiñuela para ver si
escarmentaba.
Con el toque de
ánimas , se acabó el sarao y los carros estaban preparados para llevar a los
participantes a sus respectivos hogares.
El sacerdote
tenía también un asiento en un coche de un matrimonio que aquella noche fue
invitado a quedarse en el palacio, intentó el sacerdote quedarse para dar por
la mañana la primera misa del día en la Capilla, pero ese privilegio lo tendría
el obispo, por lo tanto tuvo que partir con poco agrado.
Le esperaba el
cochero y el carruaje empezó a andar por las calles, había llovido los días
anteriores por lo que a la altura de un cementerio parroquial el carro quedó
atrapado entre el barro, pidieron el cochero y el acompañante del pescante
ayuda al sacerdote para que les ayudará a sacar el carro puesto que no les
gustaba el sitio donde había quedado atrapado el mismo.
Se negó el
sacerdote diciendo que su condición no era la de ensuciarse y más en día tan
señalado y aduciendo que su residencia estaba al lado mismo solo tenía que bajar la calle.
Dejó atrás a los
criados que habían encendido dos arcabuces por si las moscas y se puso a
caminar, pero se llevó una desagradable sorpresa al girar una esquina se
encontró con una procesión de ánimas, ya fuera por miedo a lo que vio o por ser
reprendido se puso a correr en dirección al carruaje, sin salir del susto voz
alguna de los labios, viendo los dos del carruaje que alguien se acercaba
corriendo y en tal noche lo tomaron por un salteador o algo peor y le dispararon,
cayendo el sacerdote vanidoso en el suelo , llegaron los criados y vieron quien
era pero por caridad cristiana no lo dejaron a su suerte. Se desbloqueó la
rueda del fango y empezaron a andar, encontrándose con la procesión de ánimas.
Los criados si sabían que existía, mientras el vanidoso como todos los años se
la saltaba no.
Se recuperó el
Sacerdote , pidió perdón a todos y partió hacia un destino más tranquilo,
llevando consigo el ridículo tan grande que hizo en la Villa del Doncel la
noche de ánimas.
Texto Jara
Foto Jara
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