TRIANA DE ESPERANZA
No existe la lejanía cuando se
trata de la distancia del alma, esa que se mide en suspiros y de la que solo
entiende el corazón, pues se acompasan los latidos al ritmo que marca el
sentimiento más puro que emana del espíritu, y ante el que se doblega
inevitablemente la razón.
En Sevilla sentí eso que se siente
al cruzar el puente de Triana, cuando el sabor del barrio te envuelve en la Plaza
del Altozano. Eso, ese pellizquito en el alma. Y es que hay que ver cómo
aprietan el corazón las cosas en Sevilla. Como dijo el inigualable Rafa Serna
en aquel maravilloso pregón, “hemos estado en Sevilla, que es como estar en el
cielo”. Y bien merece Sevilla estas letras, pues basta respirar su aire, pasear
sus calles y sentir la magia de sus rincones, para enamorarse de la que es, sin
duda, la ciudad Mariana por excelencia.
Tiene Sevilla un barrio marinero,
cuna del arte más genuino. Tiene Sevilla a Triana, y tiene Triana la Calle
Pureza, esa que sabe a palio y a izquierdo por delante. La calle a la que Dios
otorgó la inmensa fortuna de ver en la tierra esa infinita ventura de la que
goza el cielo. Allí, en la Capilla de los marineros, cerquita de Santa Ana y
mecida por el rumor del Guadalquivir, habita la Madre de Dios. Ella, Esperanza
de Triana, Estrella de ojos negros, basta advertir su rostro para que nos
embargue la certeza de quien se sabe preso de su bendita clemencia.
Fue una tarde de invierno cuando la
visité por primera vez, aunque el corazón lo había hecho tiempo atrás. Y fue
entonces suficiente el reflejo de su mirada en mis ojos, para sentir el calor
de sus manos en mi corazón.Desde aquel instante, un trocito de mí se quedó para
siempre en Triana. Yo, que he nacido lejos de Ella, y que afortunadamente
también tengo a mi Esperanza en Zamora, la siento cerca cada día. Y ambas
tienen su lugar. Así, en esta distancia que no lo es, en esta lejanía que tan
solo es corporal, siento su presencia, y su amor se muestra inconmensurable, pues
por cuestiones inexplicables a la razón, nadie elige aquello que le conmueve el
alma.
En diciembre, tiene lugar una cita
ineludible del almanaque sevillano, pues es entonces cuando el cielo baja a la
tierra en esa orilla que sabe a Esperanza en Pureza y a Expiración en la calle
Castilla. Late el corazón al son de Triana cuando la Virgen pisa el suelo de
Sevilla, y la fragilidad de un instante se torna eternidad en su presencia.
Reina, Madre y Capitana. Esperanza para el mundo. En este atípico año, el consuelo
de tus manos ha sido especialmente necesario, pues nunca antes había hecho
tanta falta la Esperanza como en este tiempo que atravesamos. Bajas de tu trono
en un momento en el que necesitamos de ti para recorrer un camino que se
aventura incierto. Tú, que eres aurora cada Viernes Santo, serás también la luz
de nuestros días, alimento para el alma, sosiego para el espíritu, pues no hay
mayor dicha que tener por guía la ternura de tu dulce mirada.Triana abre sus
puertas a la Esperanza, y a tus plantas, Señora, se arrodilla el mundo.
Somos lo que sentimos, somos esos
impulsos incomprensibles que en ocasiones nos abruman, pues son mensajes del
alma, y conviene escuchar, conviene escucharnos de vez en cuando, y es que a
veces, incluso nosotros mismos también tenemos algo que decirnos. Por algún
motivo, Madre, te siento aquí. Hay algo que, sin solución de continuidad,
siempre me lleva a ti. Y qué fortuna.
Dicen que recordar significa volver
a pasar por el corazón, y aquí estoy, un dieciocho de diciembre más, el día de
la Esperanza, llevando en mi recuerdo la mirada que se quedó grabada para
siempre en mi alma aquella tarde en Triana.
Sara Pérez Tamames
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