viernes, 18 de diciembre de 2020

Sentimientos de Esperanza. Triana de Esperanza, por Sara Pérez Tamames

 


TRIANA DE ESPERANZA

 

No existe la lejanía cuando se trata de la distancia del alma, esa que se mide en suspiros y de la que solo entiende el corazón, pues se acompasan los latidos al ritmo que marca el sentimiento más puro que emana del espíritu, y ante el que se doblega inevitablemente la razón.

 

En Sevilla sentí eso que se siente al cruzar el puente de Triana, cuando el sabor del barrio te envuelve en la Plaza del Altozano. Eso, ese pellizquito en el alma. Y es que hay que ver cómo aprietan el corazón las cosas en Sevilla. Como dijo el inigualable Rafa Serna en aquel maravilloso pregón, “hemos estado en Sevilla, que es como estar en el cielo”. Y bien merece Sevilla estas letras, pues basta respirar su aire, pasear sus calles y sentir la magia de sus rincones, para enamorarse de la que es, sin duda, la ciudad Mariana por excelencia.

 

Tiene Sevilla un barrio marinero, cuna del arte más genuino. Tiene Sevilla a Triana, y tiene Triana la Calle Pureza, esa que sabe a palio y a izquierdo por delante. La calle a la que Dios otorgó la inmensa fortuna de ver en la tierra esa infinita ventura de la que goza el cielo. Allí, en la Capilla de los marineros, cerquita de Santa Ana y mecida por el rumor del Guadalquivir, habita la Madre de Dios. Ella, Esperanza de Triana, Estrella de ojos negros, basta advertir su rostro para que nos embargue la certeza de quien se sabe preso de su bendita clemencia.

 

Fue una tarde de invierno cuando la visité por primera vez, aunque el corazón lo había hecho tiempo atrás. Y fue entonces suficiente el reflejo de su mirada en mis ojos, para sentir el calor de sus manos en mi corazón.Desde aquel instante, un trocito de mí se quedó para siempre en Triana. Yo, que he nacido lejos de Ella, y que afortunadamente también tengo a mi Esperanza en Zamora, la siento cerca cada día. Y ambas tienen su lugar. Así, en esta distancia que no lo es, en esta lejanía que tan solo es corporal, siento su presencia, y su amor se muestra inconmensurable, pues por cuestiones inexplicables a la razón, nadie elige aquello que le conmueve el alma.

 

En diciembre, tiene lugar una cita ineludible del almanaque sevillano, pues es entonces cuando el cielo baja a la tierra en esa orilla que sabe a Esperanza en Pureza y a Expiración en la calle Castilla. Late el corazón al son de Triana cuando la Virgen pisa el suelo de Sevilla, y la fragilidad de un instante se torna eternidad en su presencia. Reina, Madre y Capitana. Esperanza para el mundo. En este atípico año, el consuelo de tus manos ha sido especialmente necesario, pues nunca antes había hecho tanta falta la Esperanza como en este tiempo que atravesamos. Bajas de tu trono en un momento en el que necesitamos de ti para recorrer un camino que se aventura incierto. Tú, que eres aurora cada Viernes Santo, serás también la luz de nuestros días, alimento para el alma, sosiego para el espíritu, pues no hay mayor dicha que tener por guía la ternura de tu dulce mirada.Triana abre sus puertas a la Esperanza, y a tus plantas, Señora, se arrodilla el mundo.

 

Somos lo que sentimos, somos esos impulsos incomprensibles que en ocasiones nos abruman, pues son mensajes del alma, y conviene escuchar, conviene escucharnos de vez en cuando, y es que a veces, incluso nosotros mismos también tenemos algo que decirnos. Por algún motivo, Madre, te siento aquí. Hay algo que, sin solución de continuidad, siempre me lleva a ti. Y qué fortuna.

 

Dicen que recordar significa volver a pasar por el corazón, y aquí estoy, un dieciocho de diciembre más, el día de la Esperanza, llevando en mi recuerdo la mirada que se quedó grabada para siempre en mi alma aquella tarde en Triana.

 

Sara Pérez Tamames

 

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