Lejana queda ya
aquella tarde de Viernes Santo de 1991. Fue el primer encuentro con Ella, un
primer encuentro de Esperanza. Había terminado la Estación de Penitencia y no
sé cómo se las ingenió mi abuela para poder entrar en la Capilla de los
Marineros. Era un mundo nuevo, algo increíble. La Capilla en soledad, poder
pasear por ella, ver con toda tranquilidad los pasos, aunque era un chiquillo,
había una historia detrás. Mi abuela quería rezar a la Virgen por lo que
sucedía, para encontrar un consuelo. Una cuñada suya estaba en fase terminal
por un tumor cerebral. Mi abuela pidió tanto a mi hermana como a mí que rezáramos
a la Virgen, que Ella lo solucionaría todo. Así se hizo y a los pocos días
fallecería. Así fue la primera vez que vi a la Esperanza.
Por desgracia,
una tarde de Julio, treinta y un años después tuvo que acudir a la Capilla de
los Marineros. Un sobrino de 17 años, hijo de una prima hermana, había
fallecido a causa de las heridas producidas en un accidente de tráfico, no
tenía que haber ido en ese coche pero el destino quiso que el conductor tuviera
una riña con su hermano y lo dejara en
tierra llevando a mi sobrino. Fue un primo hermano el que me pidió que
estuviera yo sereno porque las horas del duelo se estaban haciendo muy duras al
ser visitada la sala del tanatorio por cientos de jóvenes que conocían al
fallecido. Se me ocurrió entonces ir a la Calle Pureza y pedir a la Virgen que
me diera la fortaleza para ayudar en lo posible y así lo hizo. Aunque poco
antes de la despedida definitiva me viniera abajo, Ella me levantó e hizo que
pudiera aguantar esos difíciles momentos con la máxima serenidad posible.
A la Capilla de
los Marineros acudí este año, un día de Febrero al enterarme que el cáncer
había reaparecido en una prima hermana y que la situación ya era terminal.
Necesité a la Esperanza ese día y allí estaba, no podía creer aquello, pero
tenía que ir haciéndome a la idea, por desgracia mi prima falleció.
Sé que es
historia dolorosa la que cuento, la vida misma, porque muchas personas que
leerán este escrito habrán sufrido pérdidas por esa maldita enfermedad llamada
cáncer.
Pero tras cada
caída siempre está la Esperanza, está cuando alguien una tarde que estás hecho
un mar de lágrimas te coge y te dice que no te vas a caer porque ha pasado lo
mismo. Gracias por estar.
Está en las
amistades, en las sonrisas, en los buenos momentos, en la vida misma, en las
personas que llegan, ese es su Poder.
Y está sobre todo
en esas cosas que suceden y que no esperas. Durante algo tan inmenso como la Misión
de la Esperanza tuve la oportunidad de poder portar a la Reina de Triana en el
penúltimo relevo, Calles Betis y Pureza, antes de su Vuelta a la Capilla de los
Marineros. Regalo que hizo la Señora tras su paso por el Polígono Sur y por el
Hospital Virgen del Rocío. Suspiro en el tiempo para poder rezar y dar gracias,
porque un descendiente de una familia que tuvo que abandonar, como otras muchas,
Triana, podía portar la devoción de esa gente que tuvo que ir habitar el Polígono Sur, Amate o crear el
Polígono de San Pablo. Devoción que pasa generación a generación y que es el
más hermoso regalo del Poder de la Esperanza.
Un beso al Cielo.
Siempre la Esperanza.
Texto e Imagen; JanRoc
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