La noche era fría y lluviosa, el
Maestro observaba para que todo estuviera dispuesto, para que la obra que tanto
tiempo había estado en su taller y cuanto sacrificio le había costado realizar
no sufriera un percance de última hora.
El carro estaba ya en el patio de la
casa, un arcón preparado y un jergón de paja protegerían la talla durante el
traslado, aparte hermanos con antorchas y algunos alguaciles acompañarían el
camino para evitar la eventual presencia de salteadores.
La comitiva comenzó a caminar, el
arriero, era ya conocido del Maestro, pues era persona de toda confianza que ya
había realizado otros trabajos para el escultor tiró suavemente y el carro
avanzó enfilando una calle que era un lodazal y que necesitaba de alguien con
mucha experiencia para que el carro no quedara atascado.
El escultor temía que tras mucho
trabajo, noches en velas y horas de modificar bocetos, la obra estaba a punto
de ser entregada, pudiera ocurrir algo no deseado, por eso mientras avanzaba
con toda la comitiva, rezaba sus oraciones para que Dios guiara el camino y
nada malo ocurriera.
Poco a poco se visualizaba la
Casa Grande de la Merced Calzada el Carro entró,
allí los hermanos de la
Hermandad se hicieron con el cajón, siempre en presencia de
los frailes, y lo trasladaron al lugar donde la tarde siguiente sería puesta al
culto la talla, eran pocos los que conocían la imagen, y ninguno podía hablar,
la tarde siguiente sería la de su puesta al culto.
Martínez Montañés volvió a su casa,
la primera parte se había conseguido, ahora quedaba la impresión que aquella
Imagen daría, el Maestro temía la opinión de la gente y de algún otro escultor
que quisiera echar por tierra tan costoso trabajo.
No pudo dormir aquella noche y tuvo pesadillas,
la mañana había llegado y apenas tenía apetito, tampoco almorzó y pronto se
dirigió a la Casa Grande
Mercedaria. Ocupó su sitio y siguió atentamente la celebración.
Llegó el momento de que el pueblo
observara la nueva talla y por la capilla del convento apareció un Nazareno en
una humilde parihuela, no llevaba la cruz, puesto que los frailes al ver tal
maravilla, habían decidido que la
Cruz se la pondrían durante la celebración para que la Cruz no tapara el rostro de
la imponente talla.
Un gran silencio llenó la Capilla, todas las miradas
se dirigían a aquella maravillosa obra.
Aquella noche Martínez Montañés pudo
dormir con tranquilidad, la obra había creado gran sensación y pronto corrió la
noticia y mucha gente se estaba acercando para ver al Señor de Pasión. Martínez
Montañés había creado una talla para evangelizar.
Y hoy El Señor de Pasión, talla del
siglo de Oro, sigue evangelizando en su Capilla de el Salvador, en una época en
la que escribía Cervantes o Lope de Vega, Martínez Montañés creó una Imagen
para la historia, Imagen que cuatro siglos después sigue siendo la más perfecta
nunca tallada en Madera.
Foto Maria del Pilar Pérez
Texto Jara
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