miércoles, 1 de marzo de 2017

Un visión de madera, leyenda de Miércoles de Ceniza.


La noche de Carnaval había terminado en la bella ciudad toledana, la música se apagaba y las máscaras se iban quitando. El nuevo día iba llegando y las campanas de Iglesias y Convento llamaban a la confesión y penitencia, la Cuaresma acababa de iniciarse.

Había aún un grupo de jóvenes Calaveras, que escoltados por sus máscaras decidieron visitar un convento para cortejar a las monjas, aún a sabiendas que la pena era morir en la hoguera, en fin y al cabo para ellos el Carnaval no había terminado y no esperaban que hubiera problema alguna.

Entraron , sedujeron a las novicias, la superiora percatada de que las mismas no habían acudido fue en su búsqueda y tras ver lo que en su casa acontecía mandó a llamar mediante un recado a los servidores del Santo Oficio.

Fue la comitiva que llegaba para detener a los hombres que allí estuvieran al grito de “ téngase al Santo Oficio¨ que solamente  oírlo erizaba la piel.
Huyeron todos de allí con tal mala fortuna que uno de ellos erró la calle y  bajando de repente y con un gran espanto observó como lo que parecía un esqueleto se dirigía hacia él , sabía que iba a morir bien a manos del Santo Oficio o bien ante aquella visión que iba en su encuentro.

La buena fortuna que la puerta de un monasterio se encontraba abierta, pues traían ramas de olivos para que los monjes hicieran con ellas las cenizas que usarían en las celebraciones de mediodía y tarde, se adentró en la misma y se refugió en el claustro del monasterio, se sentó en uno de los bancos del mismo y de repente la mano de un monje sobre su hombro le trajo un sobresalto que le produjo un desmayo.

Despertó horas después, con la noticia de que la Inquisición había capturado a una decena de hombres que habían entrado en un convento de monjas, se habían delatados unos a otros y solamente faltaba uno por aparecer, el Santo Oficio tenia ganas de quemadero si bien al ser alguno gran hombre de la Ciudad se conformarían con los azotes, si bien el que faltaba si sería condenado a la hoguera.

El superior del monasterio expuso su opinión e invitó al joven a quedarse en aquel lugar y seguir las reglas, cosa que aceptó.

Llegó la tarde se confesó de sus pecados y al confesor le narró la visión de aquel hombre de madera con el que se había topado teniéndolo por una imagen del mismo infierno, nada más lejos de la realidad, el confesor le explicó que se trataba de un nuevo artilugio del relojero real Juanelo Turriano, que estaba entretenido probándolo.


Cayó el joven en el error aunque con la penitencia destacó que aquel ser que subía por aquella estrecha calle le había salvado la vida, se adentró en la Iglesia del Monasterio y se puso a rezar para seguir con la penitencia de aquella recién comenzada cuaresma.

Texto Jara
Foto Jara

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